Hace dos días asistí a la inauguración de la exposición “El tormento y el éxtasis”, con obras de Arte Latinoamericano, en Es Baluard, el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Palma, en Baleares.
Este post no es para comentar las obras que conforman dicha exposición, hay personas mucho más preparadas que yo para hacerlo y ya han aparecido artículos sobre ella en publicaciones como Makma, la Revista Mito, o Huma3.
La exposición a la que me refiero está comisariada por Nekane Aramburu ( @nekanearamburu ), directora del Museo, con la colaboración de Gerardo Mosquera ( @GerardoMosquer1 ) y, aunque no era una visita guiada, durante la inauguración tuvimos el lujo de contar con las explicaciones de la misma comisaria e incluso de algunos autores de obras expuestas en la muestra.
Las explicaciones de la comisaria de la exposición siguieron durante todo el recorrido y, aunque eran básicamente para los representantes institucionales que asistían al evento, fue un lujo conocer en palabras de sus artífices, más detalles de la exposición. Lástima que poca gente se sumara a la escucha de esas explicaciones.
Justo me vino a la cabeza un tuit de Marta Pérez Ibáñez ( @arteblanco ), experta en arte, sobre el hecho de hablar y que te escuchen
Saber que hay alguien que escucha cuando hablamos es lo mejor que tiene esto de hablar. Gracias, Nuria https://t.co/3UPGIYqp7n
— Marta Pérez Ibáñez (@arteblanco) 14 de novembre de 2015
Aquí podría comenzar realmente este post. No es para hablar sobre una exposición o sobre un museo en concreto es para reflexionar sobre la sensibilidad, interés, motivos… de por qué asistimos a una muestra de arte.
No ha sido la primera vez que he sido testigo de hechos como el explicado anteriormente y me ha provocado algunas reflexiones: ¿realmente sabemos lo que significa conocer una muestra de arte explicado por sus autores o la persona encargada de comisariarla? ¿será que, en el caso de una inauguración, vamos porque no nos queda más remedio pero no nos interesa lo más mínimo lo que allí se expone? ¿será que lo encontramos interesante pero todavía lo es más lo que podamos hablar con una persona conocida y no podemos esperar a hasta el final? ¿será que puede interesarnos las obras expuestas pero no conocemos el trabajo que hay detrás de una exposición y no lo valoramos suficientemente?
Este mismo tema lo comenté al finalizar la visita y parece ser que es normal, cuando hay un grupo, que la gente se disperse y hable y se desconcentre y no escuche. ¿Es normal??? No me gusta comparar porque siempre hay muchas peculiaridades diferentes pero recuerdo grupos enormes de japoneses en el Louvre (sí, es un caso distinto pero es un grupo que va a ver arte) siguiendo muy interesados a la guía que les explicaba las obras de las diferentes salas. Ninguno hablaba a no ser para preguntar sobre el cuadro que tenía delante. Puede ser que los deseos de visitar el Louvre o el hecho de asistir a una inauguración en tu misma ciudad no tengan los mismos alicientes pero sí deberían tener el mismo protocolo de actuación, la misma curiosidad al menos.
Y en la curiosidad incluyo querer conocer más sobre lo que se va a ver. ¿Leemos las informaciones que nos proporciona la institución cultural (cartelas, libretos…) ? En algunos centros han incorporado códigos QR para ver la información en nuestro dispositivo móvil pero aún así cuesta y pasamos rápidamente por delante de las obras sin más.
Según mi opinión, ¿cual es la causa, problema y solución de todo lo anteriormente expuesto? La Educación. Y no me refiero en tener una licenciatura o un grado o haber realizado un máster en Arte contemporáneo. Educación entendida como sensibilidad hacia el hecho artístico ya sea pintura, escultura, danza, música, teatro, performance y más. Un crack de la Cultura como Pepe Zapata ya hablaba de la necesidad de educación, refiriéndose a la danza, en una entrevista en este mismo blog y lo ha mencionado en varias ponencias que ha realizado. Una educación para que se englobe el hecho artístico y cultural como algo habitual en la sociedad, que no se entienda como algo elitista o de unos pocas personas y que se conozca todo el trabajo que hay detrás y se valore como se merece.
Seguramente, si en lugar de quitar horas de docencia de la educación artística en los colegios e institutos se hicieran leyes educativas que potenciaran el valor de la cultura desde muy pequeños, no serían necesarias investigaciones como la que realiza actualmente la misma Marta Pérez Ibáñez con su equipo de la Universidad de Nebrija, sobre la precariedad de los artistas (podéis ver más información sobre este estudio y participar en él, en el artículo publicado en XTRart).
Seguramente, potenciando una mayor sensibilidad y respeto hacia los profesionales de la Cultura, no serían necesarias movilizaciones de trabajadores de museos, pidiendo mejores condiciones laborales, como las que hemos visto estos días en varias ciudades españolas. Los políticos y responsables también serían sensibles al tema.
Seguramente, si en los medios de comunicación apareciera más el arte y la cultura, estarían más presentes en el día a día, sería una cosa más cotidiana dentro de las familias, ciudades y pueblos.
Seguramente, con una mayor valoración y respeto hacia la Cultura, ya no sería normal que no se tuviera curiosidad por aprender más sobre la muestra sino que lo normal sería que se quisiera escuchar atentamente, se disfrutara y se tuviesen ganas de más.