Estamos acostumbrados a ver la escultura como una cosa estática. Un bloque, un mármol, un hierro… unos materiales que se convierten casi por arte de magia en increíbles obras de arte que expresan y provocan a la vez emociones varias. El 3D del arte ya hace muchos siglos que se inventó, desde los griegos Fidias o Mirón, pasando por los renacentistas Donatello o Miguel Ángel, los neoclásicos Cánova o Thorvaldsen o los contemporáneos Bouchard o Subirachs, en todas las épocas se ha querido sacar las formas de los lienzos y convertirlas en algo palpable y con volumen.
Pero lo que me ha impresionado hoy es otro tipo de escultura. Una escultura en movimiento, que además de jugar con los ojos del público que la contempla, juega con el entorno en el que está ubicada, con la naturaleza que lo rodea para ser una escultura cambiante. Realmente son muchas esculturas en una pues cada movimiento de sus diferentes elementos la convierten en otra, pudiendo cambiar luminosidad, forma, sensaciones…
Antony Howe es un maestro en este tipo de escultura. Viviendo en un pueblo de Eastsound, Washington, su entorno le sirve para inspirarse.